Vivir en el barrio de Gracia ha sido y sigue siendo uno de los sueños de juventud de numerosos jóvenes, estudiantes y bohemios.
La singularidad del barrio, con sus calles estrechas y su aspecto de pequeño pueblo, atrapan desde el primer momento. El aire bullicioso, la oferta comercial y el espíritu contestatario son otros atractivos de esta zona de Barcelona, que se está convirtiendo en reclamo turístico.
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Gracia siempre está de moda y eso se percibe desde el primer momento. Sus plazas y pequeñas calles son un hervidero de personas a cualquier hora del día. Desde primeras horas de la mañana, la estación de Metro de Fontana se convierte en punto de cita para centenares de personas locales y extranjeras. De allí parten grupos de turistas con dirección a la recién restaurada casa de las Carolinas, uno de los principales edificios modernistas de la ciudad. Otros suben hasta el Parc Güell o se adentran en las callejuelas para disfrutar del ambiente del barrio, tomarse unas cañas en alguna de sus plazas o recorrer los comercios de Gran de Gràcia.
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Los visitantes llegan de todas partes. Muchos de ellos se alojan en los hoteles del centro de Barcelona y llegan al barrio a pie o en transporte público. La proximidad con el famoso Paseo de Gracia y el Eixample así lo permite. No hace falta coger un transporte, con un poco de ganas de caminar se puede acceder al barrio en menos de media hora.
Precisamente en Paseo de Gracia se concentra una oferta hotelera de primer nivel. No hay más que visitar la web de Iberostar.com. Su nuevo establecimiento en este emblemático paseo ocupa un edificio neoclásico con más de 70 años de historia. Pero uno de sus principales atractivos está en la azotea, desde la que se contemplan unas espectaculares vistas de Barcelona.
Un repaso a la historia de Gràcia
El barrio de Gràcia comenzó a gestarse en el siglo XIV, cuando empezaron a crearse iglesias y monasterios en el exterior de la muralla de Barcelona. Uno de los puntos elegidos fue la zona de la «llanura barcelonesa», y en concreto el camino que unía el centro con la villa de Sant Cugat. Alrededor de ese camino, que hoy conocemos como el carrer Gran de Gràcia, se asentaron distintas órdenes religiosas y se construyeron diversas masías dedicadas a la agricultura. También fue el lugar elegido por numerosas familias de la alta burguesía para ubicar mansiones señoriales y casas de veraneo.
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Durante el S. XIX, Gràcia vivió un momento de expansión geográfica e industrial. La falta de terreno en la zona la muralla generó la búsqueda de espacios en los que instalar fábricas y Gràcia fue uno de los destinos elegidos. Alrededor de esa actividad, fundamentalmente textil, se creó un núcleo obrero que acabó instalándose en el barrio. Allí fueron a parar también trabajadores del resto de la ciudad que necesitaban alojamiento. Ese fue el germen de un activismo social y obrero que se ha mantenido a lo largo de los siglos.
En el año 1850 Gràcia se convirtió en municipio independiente. De ahí partió una expresión popular que todavía perdura: para mucha gente mayor, desplazarse hasta el centro de la ciudad es «bajar a Barcelona». En aquella época, Gràcia contaba con 13.000 habitantes, en 1877 eran ya 33.000 y hacia finales del XIX la cifra alcanzaba los 62.000.
Hacia 1880 Barcelona y Gràcia vieron la necesidad de anexionarse y se establecieron proyectos de interés común. La urbanización del Paseo de Gracia estableció el nexo de unión definitivo entre las dos zonas. Mientras tanto, se crearon vías de conexión interna entre las diferentes zonas de Gràcia y se construyeron las primeras infraestructuras y mercados para abastecer a la población: el de la Abacería, en Travessera de Gràcia, y el de la Llibertat cercano a la plaza Gala Placídia. La unió definitiva llegó en 1897, después de 47 años de autonomía.
Un barrio con personalidad
Los procesos de industrialización no finiquitaron el carácter rural de la zona. Una de las actividades que se mantuvo fue el comercio ganadero, que concentraba la población gitana alrededor de la plaza del Raspall. Entre finales del XIX y mediados del XX los gitanos compartieron espacios con los indianos ricos recién llegados de Cuba. De la fusión de los ritmos caribeños y el flamenco surgió la rumba catalana, otro sello distintivito del barrio de Gràcia
El paso de los años no ha afectado a la personalidad del barrio. Gracia mantiene una actividad asociativa y cultural viva y prolífica y un marcado sentido de la autonomía de barrio. El trazado urbanístico del núcleo antiguo no se ha modificado. Las calles estrechas y las plazas repletas de bares recuerdan el carácter de ese antiguo pueblo. Tal vez la mayor diferencia entre pasado y presente se encuentra en la creciente presencia de turistas extranjeros, visible sobre todo durante las famosas Festes de Gràcia.
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