El templo romano escondido en el corazón de Barcelona

En el corazón del barrio Gótico de Barcelona, escondido entre callejones que respiran historia, se levanta uno de los tesoros arqueológicos más sorprendentes de la ciudad que nos lleva directamente a la ciudad de Roma : el Templo de Augusto. Un rincón casi secreto que transporta al visitante a los días en los que Barcino apenas era una colonia romana en la cima del monte Táber.

El templo romano escondido en el corazón de Barcelona

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Pocos imaginan que, detrás de las fachadas medievales y los patios silenciosos, aún se conservan las huellas del poder imperial que dio origen a la ciudad. Pero basta con entrar en el número 10 de la Carrer del Paradís, cruzar un umbral discreto y mirar hacia arriba para que cuatro columnas imponentes rompan el hechizo del presente.

La semilla de Barcino

Todo comenzó con César Augusto, el primer emperador de Roma. Con su permiso, hacia finales del siglo I a.C., se fundó Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino, un asentamiento pensado para veteranos del ejército romano. El templo se erigió como centro simbólico y político de la nueva ciudad.

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Era un edificio dedicado al culto imperial, una práctica común en las colonias romanas para rendir homenaje al emperador divinizado. El Templo de Augusto se alzaba majestuoso sobre un podio elevado, dominando el foro desde la cima del monte Táber, el punto más alto de la antigua Barcino.

Un gigante desaparecido

Con el paso de los siglos, los templos paganos fueron cayendo en desuso. Las piedras del templo se aprovecharon para levantar otros edificios y el monumento acabó sepultado bajo la Barcelona medieval. Durante casi dos milenios, su existencia fue un misterio.

Hasta que, a finales del siglo XIX, un hallazgo fortuito devolvió a la luz este fragmento de la Roma imperial. Durante las obras para levantar la sede del Centre Excursionista de Catalunya, los obreros toparon con tres columnas corintias de piedra caliza perfectamente conservadas. Fue un descubrimiento que sacudió a los arqueólogos y despertó el interés de los barceloneses por su pasado romano.

La historia del redescubrimiento

Aunque las excavaciones más conocidas datan del siglo XIX, los indicios del templo ya se habían documentado mucho antes. Antoni Cellers, arquitecto y estudioso, realizó en 1830 una memoria descriptiva y un plano detallado del templo gracias a los trabajos impulsados por la Junta de Comercio de Barcelona.

En sus notas describía un edificio períptero y hexástilo, con seis columnas en la fachada principal y otras seis en la parte trasera. Según sus cálculos, el templo contaba con once columnas por cada lado, todas elevadas sobre un podio de un tercio de su altura. Sin embargo, Cellers cometió un error curioso: creyó que el templo era cartaginés, no romano.

Décadas más tarde, el arquitecto Josep Puig i Cadafalch, figura clave en la recuperación del patrimonio barcelonés, confirmó que se trataba de un templo dedicado a Augusto. Fue él quien reafirmó su carácter imperial y ayudó a situarlo en el contexto urbano del foro de Barcino.

De la plaza del Rei al carrer Paradís

Los fragmentos recuperados no se conservaron todos juntos desde el principio. Una de las columnas fue trasladada en su momento a la plaza del Rei, donde los alumnos de la Escuela de Oficios la reconstruyeron utilizando fragmentos de fuste, un capitel y una basa. Durante años, esa columna solitaria fue un símbolo del pasado romano de la ciudad.

Finalmente, con los trabajos de restauración impulsados por el Ayuntamiento y el Museu d’Història de Barcelona (MUHBA), se decidió reunir las cuatro columnas originales en su emplazamiento actual, dentro del edificio del Centre Excursionista. Hoy forman un conjunto monumental que puede visitarse libremente, un espacio casi sagrado donde el ruido de la ciudad se apaga.

Un rincón que guarda silencio

Entrar al Templo de Augusto es como retroceder dos mil años en un solo paso. El lugar tiene algo hipnótico. La altura de las columnas, sus capiteles decorados y la serenidad que se respira contrastan con el bullicio del Gòtic. No hay taquillas, ni colas, ni carteles luminosos. Solo piedra, luz y silencio.

El visitante se encuentra frente a un espacio que sobrevivió a guerras, incendios, reformas urbanas y siglos de olvido. Cada grieta en sus fustes cuenta una historia. Desde el punto donde se alza el templo puede imaginarse el trazado de la antigua Barcino, con su foro, sus calles empedradas y sus murallas.

El alma romana de Barcelona

Más allá de su valor arqueológico, el Templo de Augusto representa los orígenes de la ciudad. Es la prueba tangible de que Barcelona nació como una colonia romana, planificada y poderosa, conectada con las rutas comerciales del Mediterráneo.

De hecho, muchas calles del barrio Gótico conservan todavía la traza del urbanismo romano, especialmente en torno a la plaza de Sant Jaume, donde se encontraba el foro. Allí convivían los templos, las basílicas y los edificios administrativos.

Visitar el templo es, por tanto, una lección de historia viva, una manera de entender cómo la ciudad ha sabido construir su identidad sobre capas de tiempo superpuestas. Desde las ruinas romanas hasta los palacios góticos y los edificios modernistas, Barcelona es, literalmente, una ciudad que se ha reinventado sobre sí misma.

Una visita imprescindible

El acceso al templo es gratuito y se puede visitar todos los días. Está gestionado por el Museu d’Història de Barcelona (MUHBA), que ofrece información detallada sobre el pasado romano de la ciudad. A pocos metros, en el MUHBA del Plaça del Rei, se puede recorrer un circuito subterráneo que muestra los restos de Barcino: calles, tiendas, bodegas y sistemas de alcantarillado perfectamente conservados.

El Templo de Augusto es, sin duda, uno de esos lugares que pasan desapercibidos para muchos turistas pero que fascinan a quienes buscan la Barcelona más auténtica. Un espacio pequeño, escondido y monumental a la vez, donde el visitante puede sentir que el tiempo se detiene.

Y quizá por eso, sigue siendo uno de los rincones más mágicos del Gòtic.